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Por: Óscar López Director Científico y Médico de LABFARVE y Profesor Titular de la Fundación Universitaria Juan N. Corpas
Las enfermedades infectocontagiosas son problemáticas de salud pública que, de acuerdo con las características propias de cada caso, pueden generar gran dificultad en su manejo y, por lo tanto, graves consecuencias en la población. Estas enfermedades pueden ser desencadenadas por diversos microorganismos, siendo las bacterias, los virus y los parásitos, los gérmenes causales más frecuentes.
En la actualidad, el mundo entero está padeciendo las consecuencias de una enfermedad de este tipo y por eso se está hablando de una pandemia. En este caso el generador del problema es un virus, el SARS-CoV-2/COVID-19, un agente infeccioso con alta capacidad de contagio, según lo han podido demostrar, claramente, las evidencias estadísticas.
A pesar de que el comportamiento de la infección que causa este virus aparenta ser predominantemente benigno, es paradójicamente esto y su alta transmisibilidad lo que asociado a la inexistencia de un tratamiento y a la falta de compromiso social está ocasionando una gran mortalidad en la población y el colapso de los sistemas de salud en diferentes países del mundo.
Ahora bien, de los 4 factores mencionados sólo uno, por ahora, es manejable, factible de aplicar y el de mejor resultado: el compromiso social. No obstante, siendo el más útil, ilógicamente es el que ha llevado a la mayor crisis hospitalaria en el mundo y a la elevada mortalidad de la población afectada, debido a su falta de aplicación. Es aquí en donde pueden surgir innumerables preguntas del por qué la población no aplica o hace caso omiso a las recomendaciones que expertos han podido recopilar desde las investigaciones científicas y desde las evidencias que resultan infortunadamente dolorosas para toda la humanidad.
Seguramente una de las causas de este fenómeno sea la falta de conciencia de los ciudadanos al creer erróneamente en que los únicos afectados son aquellos que se reportan por los medios de comunicación y que, de alguna manera, no se encuentran en el entorno en el que ellos viven. Sin embargo, lo que no se ha entendido es que debajo de ese número publicado de pacientes pueden existir, por cada uno de ellos, entre 3 y 5 personas más infectadas que son asintomáticas y que no acudirán a control médico y no serán sometidos a pruebas diagnósticas. Ahora bien, es aquí en donde se inicia el verdadero caos pues son esos afectados no sintomáticos los que están deambulando libremente por las ciudades y están contaminando, cada uno, a 3 o 5 personas más.
Es un fenómeno de crecimiento exponencial, porque si se quisiera continuar con lo numérico, habrá que proyectarse en que esos nuevos contagiados serán focos de transmisión para otro grupo, aún más numeroso de personas. Y es este fenómeno silencioso el que se encargará de poner en el colapso a los sistemas de salud de cualquier parte del mundo, siendo, obviamente, los países pobres o con deficiente infraestructura hospitalaria los que más afectada verán a su población y en donde la mortalidad será el camino irremediable de los enfermos, no exclusivamente por que estén graves o porque sean adultos mayores, cosa esta última que también es un error, sino que por el colapso del sistema no permitirá atenderlos adecuadamente, o ni siquiera atenderlos. Todo esto sin olvidar que en los hospitales y a los servicios de urgencias acuden otro tipo de problemáticas de salud que también exigen ser atendidas y solucionadas.
En el momento actual, se debe tener presente que mientras los individuos sigan manteniendo exposición física con los demás miembros de la comunidad, el fenómeno silencioso de transmisión exponencial seguirá creciendo de una manera mayúscula y descontrolada y esto, más temprano que tarde, hará su aparición como una realidad desenfrenada que ya no se podrá contener y en la que será difícil predecir la magnitud de los daños, no sólo de la salud sino de absolutamente todos los aspectos que le atañen al individuo desde lo personal y lo social. Irónicamente, si se mira con ojos de realidad, el comportamiento benigno o maligno de la pandemia no depende del virus, depende exclusivamente de la conducta social y del grado de lógica que posea cada uno de los individuos.
Por esto es que las medidas de higiene y de aislamiento que se están planteando e implementando son, por ahora, el recurso más efectivo en el control del colapso que se podría presentar a corto plazo. Lo preocupante es que la población NO lo esté viendo así y no le esté dando la trascendencia que amerita. Aquí no se trata de implementar algo por capricho. TODOS debemos aceptarnos en este momento como portadores del virus y debemos comportarnos como tales, manteniendo y exigiéndonos la mayor responsabilidad social, no sólo para nuestro beneficio sino para el de los demás. Es absolutamente claro que cada acción y decisión que escojamos en este momento será la realidad de todos en los próximos días.
Todos tenemos en las manos la gran oportunidad de cambiar el rumbo de una problemática mundial que puede ser mejor o peor dependiendo de lo que cada uno decidamos hacer en este preciso momento. Concluyó Óscar López Director Científico y Médico de LABFARVE y Profesor Titular de la Fundación Universitaria Juan N. Corpas.